Si tuviéramos que personificar el papel de los países que más marcaron la vida de nuestro artista, podríamos decir que para Bandera, España jugó el de madre, porque fue el país que le vio nacer, México el de la amante, pues la pasión que vivió al conocer las vibraciones de los colores que allí imperan, le hicieron enamorarse, unificando su alma andaluza con la mexicana, y por último, Estados Unidos sería como ese amigo fiel, ya que a lo largo de años, siempre acogió al pintor y a su obra con los brazos abiertos, ofreciéndole lo mejor de sí mismo como país.
Para Juan Bandera, la aventura Norteamericana comenzó siguiendo los pasos de José Greco en los años sesenta del pasado siglo. El bailarín había conseguido para el artista una cátedra de pintura en el Northwood Institute de Michigan, que ocuparía durante algo menos de diez años. Una etapa que fue muy hermosa para Bandera. Ahora era el maestro que transmitía sus conocimientos a los artistas que comenzaban a despertar. Y aquello que enseñaba, sin duda, la libertad. La libertad de crear arte a través del soberano camino de los sentimientos.
En los momentos en los que no enseñaba, seguía aprendiendo, pintando, mostrando sus cuadros al público mediante periódicas exposiciones. Y fue precisamente en Michigan donde nacería el registro de pintura que caracterizaría a su obra: el de las grandes series. Así pues, en el mencionado Estado creó la primera, la que tituló Antalogía del toreo.
California, Florida, Nueva York… fueron otros lugares que le reclamaron por su arte hasta que tuvo decir un «nos veremos pronto» al país de Norteamérica, pues en el año 1967 viajaría a México y comenzaría una nueva etapa en su vida, y por supuesto, obra.
Sin embargo, no olvidaría a Estados Unidos. Siempre en sus pensamientos, fue a raíz de retratar a varios de los presidentes mexicanos, lo que le llevó a querer comenzar un gran homenaje a este «amigo fiel», como denominamos al inicio a la poderosa nación americana. Tratándose de la tercera gran serie del pintor, es en la que retrata a todos los presidentes de la historia de los Estados Unidos.
Esta serie de cuadros es la que venimos a tratar en esta entrada.
La obra fue presentada en el año 1990 en Houston (Texas), contando para esta ocasión con la presencia de SS. MM. los Reyes de España, mientras que posteriormente, sería el ex-presidente George Bush (padre) quien inauguraría la exposición celebrada en Orlando (Florida).
La serie consta de tantos cuadros como máximos dignatarios han gobernado en Estados Unidos hasta la muerte de Juan de Bandera, es decir, hasta el último que gobernó en vida del pintor, siendo Bill Clinton el que cierra la obra.
Sin querer transmitir ningún mensaje político en ninguno de los retratos, los presidentes aparecen simplemente reflejados para que el espectador sea quien saque sus propias conclusiones cuando el artista expone ante sus ojos una gran fidelidad hacia las figuras retratadas.
Ésta, al contrario que la Antología del toreo, es una serie uniforme que viene dada gracias al tamaño de los lienzos, pues todos tienen las mismas medidas: 130 x 97 cm. Los fondos neutros también resultan ser un denominador común, y al decir neutros, nos referimos a que en ellos no aparecen figuras identificables. Todo ello conjuga una consonancia en cada uno de los retratos que nos permite ver a simplemente vista la unidad de la serie, pero sin embargo, si nos fijamos en cada uno de los cuadros por separado, encontramos en cada uno de ellos su propia personalidad. He aquí donde reside la magia de la obra.
Así pues, si bien todos los fondos están trabajados de la misma manera, con una textura rica, a la que Bandera incorpora con suculencia materia, aunque no con excesivo grosor de empaste, a los presidentes más impetuosos los ha situado ante un telón de colores calientes, mientras que para los más racionalistas o acomodados predomina el cromatismo frío.
El presidente Harry S. Truman ordenó los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki en el año 1945, por ello Bandera le pinta sobre un fondo de colores rojizos, anaranjados y negros, simulando la explosión de las bombas, y a su vez, reflejando el fuerte y determinante carácter del presidente.
También podemos observar como a medida que cambiamos de dignatario según avanzamos en sus años de gobierno en el tiempo, reconoceremos como los del siglo XVIII y gran parte del XIX son representados con unos contornos ceñidos y bien dibujados, con un trasfondo neoclásico, pero a medida que van apareciendo los presidentes del siglo XX, el artista desdibuja la imagen o, simplemente, dibuja el color, dejando visible las pinceladas y una factura mucho más gestual e instintiva.
Pero sin duda lo que predomina en el conjunto de la serie es el carácter psicológico de los retratos. Como ya se ha mencionado, el manejo del color juega un papel fundamental para la captación de la psicología de los personajes, pero fijémonos en otros elementos. En el espacio de 130 x 97 centímetros aparecen los bustos de los presidentes, bustos que son reflejos a los que antaño servían para representar a los cesares romanos, porque en ambas épocas, tan lejanas de sí mismas, aquellos que gobernaban eran un símbolo para su pueblo. La concentración de poder, la confianza que les generaban sus votantes y como interpretaban su confianza electoral aparece en la cada lienzo, sin embargo, en la otra cara de la moneda también tiene su protagonismo la preocupación, ansiedad y la angustia del mando, más aún si cabe cuando se gobierna en una nación cuyas decisiones afectan al resto del mundo.
La serie de los Presidentes de los Estados Unidos reúne las dos características que son seña de identidad en la obra del pintor malagueño. La primera es que se trata de una gran serie, y es que Juan Bandera no era pintor de cuadros individuales o sueltos (aunque también los hacía), su preferencia eran las grandes series porque son las que mejor narran todos los acontecimientos de las grandes historias. Y la segunda es el retrato. El propio Bandera negaba ser un retratista, pero lo cierto es que su habilidad para representar a las personas a través del lienzo es más que evidente, aunque no hablamos solo de como de realistas puedan parecer, sino que al mirar los cuadros ¿No parece que nuestras miradas se cruzan con las suyas dejándonos sentir el carácter de cada presidente? Incluso parece que los presidentes del siglo XVIII siguieran todavía ahí, observando el resultado de la semilla que un día plantaron y que nos hacer ser lo que hoy en día somos.