Etiquetas
1492, año, Alejandro, alianza, amarillo, América, ambientación, amigo, amistad, amor, anónimo, anónimos, Anibal, antepasados, Antonio Machado, aplomo, Art, Arte, arte colonial, arte contemporáneo, arte de Juan Bandera, aspecto, atencion, atmósfera, avatares, azules, スペインの名作, éxtasis, óleo, Bandera, barroco, blancos, blood, blue, boca, brillante, brother, buenos, busto, caídos, caballo, caballos, cabeza, Caja de Ahorros, calientes, camisa, Cantinflas, cara, caravana, carácter, Carlos Arean, Carranza, casas, Chapultepec, choza, chozas, cielo, Colón, colores, colours, columna, composición, composition, comprensión, conjunto, conmovedores, conquistas, contemporary art, corbata, cortesía, country, Crítica, crítico, crítico de arte, cruda, cuadro, Cuadros, descubrimiento, Descubrimiento de América, Desgarro, desnudez, details, detalles, devoción, diálogo, dibujar, distrito, distrito federal, dolor, drama, Испанское искусство, economía, enérgico, energía, energy, enfervorizada, enigmática, ensangrentado, entrada, entradas, entusiamos, epopeya, equilibrio, escenas, escucha, escuchar, España, espíritu, espectador, espera, esplendor, etnia, etnia mexicana., expectantes, 西班牙艺术, 西班牙藝術, face, facturas, familia, family, fátiga, federal, federales, figura, fire, fondo, fortaleza, fortuna, fría, friend, fuego, fusión, fusilamientos, gamas, generoso, gesto, Goitia, gran, green, griega, Guadalupe, guerra, guerra civil, guerrilleros, hablar, hair, hand, hands, héroes, head, hermano, heros, historia, historiador, history, history of art, hombres, horse, horses, houses, hoy, iluminación, imaginar, impresión, incendio, inteligent caudillo, inteligente, interpretación, interpretacines, introspectivo, intuir, invencible, Jesucristo, jinetes, Juan Bandera, La Araucana, lágrimas, lienzos, life, light, listen, literatura, love, lucidez, luz, mañana, Madero, Madrid, maestra, maestro, mal gobernado, malos, man, manchas, mano, manos, maravilla, Mario Moreno, masas, materia, men, Mexican Revolution, mexicana, Mexico, milenio, milenios, modelado, moment, momento, Monte de Piedad, movies, movimiento, mudo, muerto, muertos, mujer, multitud, murales, murder, murders, muro, muros, Museo Antropológico, museos, museums, narración, negruzcas, notas, современное искусство, obra, oficio, paintings, park, parque, Parque de Chapultepec, películas, pelo, peripecia, peripecias, picture, pictures, piezas, pigmentos, pinceladas, pintar, Pintura, pintura contemporánea, pintura del siglo XX, pobre, precisión, prehispano, prehispánicas, prejuicios, protagonista, pueblo, quebrados, real, real hombre, realidad, realista, red, Retablo, Retablo de la Revolución Mexicana, revivir, revolución, Revolución Méxicana, Revolution, ritmos, rojiza, rojos, rostro, saber, Sala Tiépolo, salida, San Juan de la Cruz, sangre, símbolo, símbolos, scenes, sencillo, sensaciones, sensibilidad, sepia, sepias, serenidad, serie, seriedad, sicario, sicarios, siglo XX, signo, signos, silencio, silent, simbolismo, sinceridad, sky, sobriedad, soldados, soledad, sombrero, sopor, Spain, speak, Tata Jesucristo, tema, tenaz, tensión, Tepotzotlán, testigo, textura, tierra, today, Toma, Toma de Zacatecas, tomorrow, toques, trabajo, tragedia, tragedia griega, travels, trazos, trágica, tribuno, triunfal, triunfo, tropa, tropas, true, trunfo, unidad, valores, valores humanos, verdad, verdes, viajes, vida, violetas, Virgen, Virgen de Guadalupe, virilidad, virreinales, virrey, virtud, vivencia, vivencias, vocablo, wall, war, white, woman, work, year, yellow, Zacatecas, 二十世紀のスペイン絵画
Como ya hiciéramos con la serie del Descubrimiento de América, no queremos ser nosotros quienes presenten la segunda gran serie que pintó el genial Juan Bandera en el año 1967 y que le abarcaría realizarla los diez años siguientes, sino, que es nuestro deseo que ustedes, queridos lectores, la conozcan a través de las palabras del respetado e importante crítico e historiador del arte español Carlos Areán.
Así pues, a continuación les transcribiremos el texto de don Carlos Areán que dejó escrito en el catálogo de la exposición del Retablo de la Revolución Mexicana celebrada en Madrid en la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, en 1976.
«EL RETABLO, MOMENTO CULMINANTE DE LA PINTURA DE BANDERA.
El «Retablo de la Revolución Mexicana», obra maestra de Juan Bandera, consta de setenta lienzos de un metro por 1,30, pintados todos ellos al óleo con gran variedad de facturas, colores y ritmos. Hay una unidad de narración en el conjunto de la obra, exhibida en su totalidad en el ámbito extraordinario de la Sala Tiépolo, y constituye una historia total de la revolución, vista tanto por fuera como por dentro. Hay cuadros dedicados a los grandes fastos externos, a las marchas grandiosas dignas de Anibal o de Alejandro, a las conquistas y las entradas triunfales y a los héroes en sus momentos de esplendor, pero otros muchos -los más conmovedores en mi opinión- recogen el entusiasmo de los guerrilleros anónimos, el dolor del pueblo ante los muertos, los muros ante los que las diversas facciones realizaban sus fusilamientos, las casas incendiadas y todas cuantas lágrimas insoslayables siembre toda guerra, y más todavía las guerras civiles, por muy legítimas que éstas puedan ser en ciertas situaciones límite.
Es interesante por todo lo dicho y por lo que luego diré preguntarse cuales pudieron ser los motivos que indujeron a Bandera a realizar esa gran epopeya, pero no con palabras como «Os lusiadas» o como «La Araucana», sino con pigmentos. La motivación inicial se halla en la vieja vocación mexicanista que los indujo a radicarse hace veinte años en México y a considerar como suyos todos los avatares de la historia de su segunda patria.
Pintar algún cuadro sobre la Revolución era algo que sabía que ocurriría desde antes de su nueva llegada a México, en donde durante sus primeros meses de estancia inició una decisoria amistad y revivió cada vez más profundamente unas viejas vivencias que ya lo habían conmovido en anteriores viajes.
La nueva amistad fue la de Mario Moreno, «Cantinflas», con quién congenió desde el primer día que habló con él y a quién considera hoy, más que como un amigo, como un hermano. En México se veían continuamente y Cantinflas invitaba todos los años a Juan y familia a pasar en su casa las fiestas navideñas. Los escritos en los que Cantinflas se refiere a la pintura de Bandera y a la amistad que los une, rebosan sinceridad y sensibilidad y nos ofrecen la cara real del hombre Mario Moreno, la que tan solo se adivina en sus películas, pero que es, no obstante, la que las hace posibles, ya que todas sus interpretaciones rebosan amor y comprensión profunda de su etnia mexicana.
Entre las cualidades que más rápidamente descubrió Bandera en Cantinflas, figuran la seriedad, la cortesía, el espíritu abierto y la brillantez del diálogo. Sabe hablar y sabe escuchar y lo conmueven, sin necesidad de hacer literatura, algunas obras de arte, pero no todas. Visita museos y comentando sus sensaciones, revivió Bandera con mayor emoción la vivencia a la que aludí anteriormente y que también tuve yo, de manera igualmente conmovedora, durante mi breve permanencia en tierra mexicana.
En dos museos espectacularmente montados y con fondos riquísimos -el Antropológico, en el Parque de Chapultepec, y el arte colonial, en la maravilla barroca de Tepotzotlán- pudo ver Bandera y pude ver yo como los desheredados de la fortuna, «los rotitos», los hombres que con su trabajo oscuro hacen posible la continuidad de la historia, se entusiasmaban y miraban con toda atención y respeto las extraordinarias piezas prehispánicas del primero de los citados museos y las virreinales del segundo. Aquellos hombres asumían y hacían espontáneamente suyo todo el pasado de México, tanto el prehispánico como el virreinal, y le rezaban a la Virgen de Guadalupe para pedirle que protegiese a México y les diese a ellos una vida un poco menos trabajosa. Bandera se entusiasmó con las virtudes de ese pueblo generoso y sencillo, pobre y a menudo mal gobernado, lo mismo que el nuestro, tenaz, y casi críptico en su silencio de siglos. Se palpaba su afán de saber, pero no por erudición, sino para conocerse mejor tras haberse extasiado ante las grandes obras de arte que sus antepasados habían realizado a lo largo de cuatro milenios.
Para estos hombres la Revolución era, después de la Virgen de Guadalupe, la más profunda de todas sus devociones. Había sido su Revolución y contemplar los murales que la relataban constituía una vivencia tan auténtica y tan consoladora como la que sentían en Chapultepec o en Tepotzotlán. Bandera, reviviendo estas vivencias, comprendió un día de manera casi repentina que no podía limitarse a pintar media o una docena de cuadros sobre la revolución mexicana, sino una serie entera en la que recogiese sus peripecias más preñadas de valores humanos. Fue una iluminación repentina que comentó inmediatamente con Cantinflas y que motivó múltiples conversaciones entre ambos. Durante los diez años que duró la realización de la serie, con un promedio de trece grandes obras por año. Cantinflas no sólo lo animó día a día, sino que comentó con él todo cuanto había oído o estudiado sobre la Revolución y le facilitó materiales para mejor conocer algunos de sus momentos.
Las diferencias de la factura, color, y textura son muy grandes en la serie. Cada tema le impuso a Bandera la manera como había de pintarlo para crear una atmósfera más veraz más fácilmente intuible. Podría decirse que en dicho aspecto es «realista», pero dicho vocablo se le ha aplicado a tantas obras tan diferentes entre sí que ha perdido en gran parte su significación. Si ser realista consiste en pintar pelo a pelo una cabeza o dibujar con toda precisión todos los soldados de una columna en marcha, no cabe duda que Bandera no tiene nada de realista, pero ello no solo impide, sino que incluso facilita el que, en su interpretación personal, la revolución mexicana cobre una nueva realidad. El gran arte ha sido siempre una abreviatura de una verdad variopinta que, si se pudiese representar con la totalidad de sus más nimios detalles, resultaría confusa y, a causa de ello, difícilmente «legible». La verdad del arte es la que reconocemos cuando lo vivimos plenamente. Se trata de una realidad que podemos recrear en nosotros mismos a través de los signos y símbolos, mediante los que el artista, cuando tiene «oficio» y actúa con plena lucidez, logra comunicarnos su «verdad más verdadera» y su realidad más real. Quien dude de ello y relea algún poema de Antonio Machado o de San Juan de la Cruz, es posible que modifique su opinión una vez terminada su relectura.
En los cuadros que representan momentos de más nerviosa tensión, abundan las gamas calientes y los ritmos quebrados. Las multitudes expectantes se envuelven en una atmósfera sepia. Las escenas de dolor mudo y sin salida posible, tienden a la gama fría y a la fusión o interpretación de los diversos colores. La utilización de rojos y amarillos, azules y verdes, tienen a menudo en la serie un simbolismo no buscado, en íntima alianza con la temática y con los restantes elementos de cada lienzo. Unos cuantos ejemplos concretos nos permitirán seguir en varias obras las antedichas virtudes.
Hay en el retablo dos lienzos dedicados a Madero. Uno de ellos es su busto con un fondo amarillo matizado. El rostro enérgico e introspectivo está modelado con breves toques de pinceladas rojizas, negruzcas y sepias. La chaqueta, la camisa y la corbata están hechas con manchas emborronadas y desunidas. Toda la atención se centra así en la energía del rostro, cuya materia es bastante más densa y luminosa. La luz, que parece emerger desde el fondo, contribuye a intensificar la impresión de virilidad inteligente del rostro del gran caudillo. El segundo lienzo representa la «Entrada triunfal de Madero en el Distrito federal». Predominan en esta obra los azules, los violetas y los blancos entreverados. Tan solo un toque rojo en una bandera y otro en una camisa, ponen unas notas contrastantes. La factura es larga y suelta. Madero, con gesto de tribuno, habla a una multitud enfervorizada. Se palpa el silencio con el que se escucha. Las masas apiñadas producen una impresión de fortaleza invencible, pero también de serenidad. Bandera logra crear la ambientación de ambas obras con medios exclusivamente pictóricos y evitando todo efectismo en su narración.
En el lienzo que representa los «Setenta y dos días de Carranza a caballo con su tropa», la totalidad de los caballos y de los jinetes se funde en una larga serpentina que recorre dos veces el cuadro de lado a lado en un difícil alarde compositivo. Sobre los fondos amarillo-calientes destacan los colores fríos de la caravana incansable. La ligereza del toque, los colores entrevarados, el entramado de trazos tenues, son los menos realistas que quepa imaginar, pero la impresión producida en el espectador es de una completa veracidad.
En «Toma de Zacatecas» la ambientación es trágica y los colores densos. Las pinceladas se funden todas ellas las unas en las otras. La materia, densa también, se rompe ante algunas pinceladas negras y largas, superpuestas o sumergidas. En el último plano avanzan los guerrilleros. En el primero y siempre en dominante fría, blanquecina, densa, los cubren otros guerrilleros igualmente «irreales» en medio de su profunda veracidad.
«Zapatista descansando» es un modelo de economía de elementos. El protagonista de la obra parece ser el el amplio sombrero blanco que cubre el rostro del guerrillero sentado en tierra. Todo es equilibrio y aplomo, pero también soledad y sopor y fatiga y espera impasible. Delante del cielo y la tierra que rodean opacos a la figura única, destaca ésta toda en blanco e iluminada y enigmática en un silencio imperturbable.
«Incendio producido por los federales» es una cruda escena de guerra. Dos chozas arden, el cielo se ilumina con rojos y amarillos de llama y una familia huye encorvada bajo los enseres que ha podido salvar. El movimiento de la composición se aviene bien con la factura rasgada, y con los colores ardientes o inhabituales y con la temática de la obra.
«Desgarro» es, en mi opinión, el más dramático de todos los lienzos de la serie. A mi me hace pensar en el mejor Goitia -especialmente en su «Tata Jesucristo»-, tanto en su tensión como en su sobriedad. Un guerrillero yace boca abajo, muerto y ensangrentado, y una mujer semiarrodillada se cubre el rostro con ambas manos en un dolor silencioso y convulso. La factura es larga, con trazos acuñados como zarpazos. El color es denso-verde-violeta-azulenco, exceptuada la camisa blanca del muerto que recoge y refleja la luz en una fulguración sin mañana. La similitud con Goitia, se debe a la insistencia en un dolor sin orillas y en fatalidad que parece planear sobre las figuras, pero ello no significa que Bandera se haya inspirado en el gran precursor, sino simplemente que han logrado ambos resultados paralelos, utilizando para llegar a ellos procedimientos disímiles.
El último lienzo que citaré se titula «Testigo mudo de los caídos» Aquí alcanza Bandera la sobriedad extrema o la máxima desnudez. No hay más que un muro de mampostería con agujeros de balas y breves manchas desleídas de sangre. No nos dice en este caso, igual que no lo hace en algunos otros, quienes fueron los sicarios y quienes fueron los caídos. El muro es un testigo mudo y terriblemente expresivo en su doloroso silencio ocrecino y sanguinolento.
La vivencia de cada cuadro aislado, intensifica en el recuerdo la expresividad de cada uno de los restantes y de su conjunto. El drama de la Revolución, tal como Bandera nos lo presenta, me hace pensar en la tragedia griega. Hay algo, en efecto, en lo que Bandera coincide con tres grandes trágicos de Atenas. Jamás una escena sangrienta o una muestra de crueldad inútil se nos presentan directamente «en escena», sino tan solo en su preparación o sus consecuencias. Tampoco hay, debido tal vez al alejamiento de medio siglo respecto a los acontecimientos narrados «buenos» o «malos». Todo es historia viva filtrada por el paso del tiempo y rememorada por Bandera con afán de comprensión.
El protagonista verdadero es el pueblo de México y su capacidad para recrear, sin prejuicios, un momento crucial de la historia de un gran pueblo.»